Hoy es el silbato de salida. Todos los católicos
estamos llamados a vivir los próximos cuarenta días en profunda reflexión sobre
los acontecimientos ocurridos en la Semana Santa. Con el Miércoles de Ceniza,
los fieles comenzamos a vivir en un clima penitente para arrepentirnos de
nuestros pecados y convertirnos de corazón. Esas son las dos palabras clave de
este tiempo: arrepentimiento y conversión.
Ahora bien. La celebración del miércoles, que
marca el inicio del tiempo cuaresmal, es una que tiene una particularidad
comparada con el resto de las liturgias: la imposición de las cenizas. ¿De
dónde surge esta práctica? Antes de Cristo, judíos y Ninibitas utilizaban la
ceniza como un símbolo de penitencia. Años más tarde, los fieles católicos
comenzaron esta práctica para prepararse para la celebración de la Semana Santa
y, ya en el siglo XI, se agrega al misal el rito del Miércoles de Ceniza
Acostumbrados a
vivir en la rutina, es muy fácil tratar al inicio de la cuaresma (y al resto de
este tiempo) cómo un día más del año. Sin embargo, es necesario considerar
algunas cuestiones antes de hacer caso omiso de la fecha.
El hecho de recibir
cenizas tiene como objetivo recordarle al fiel su origen. “Recuerda que eres
polvo y en polvo te convertirás”. Con un sentido simbólico de muerte,
caducidad, humildad y penitencia, la ceniza ayuda a que mires en tu interior y
descubras esas cosas que necesitan de la misericordia de Dios. Ayuda a
reconocer que somos débiles, que vamos a tener un final y que necesitamos de la
Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús para poder llegar a vivir junto a Él en
el Reino de los Cielos. Esta mirada a la interioridad de uno, de reconocer las
fayas y querer arreglarlas, entran en la dinámica de las dos palabras claves de
la cuaresma. Al reconocer nuestros pecados, nos arrepentimos y al querer
cambiarlos nos convertimos.
Para vivir este
tiempo de la mejor manera posible, la Iglesia propone tres actividades clave,
destinadas a fomentar un crecimiento espiritual y cierta mortificación
exterior: la oración, el ayuno y la limosna. Estas tres formas de penitencia
demuestran una intención de reconciliarse con Dios, uno mismo y los demás.
Contrario a lo que
muchos sostienen, la oración no fortalece nuestra relación con Dios. La oración
ES nuestra relación con Dios. El constante diálogo con nuestro Padre, la
meditación a conciencia de su palabra, es la relación personal que todo
cristiano debe aspirar. Se va haciendo más fuerte, fruto de esa relación que se
entabla en el hablar con Él. Es decir: la oración no va a hacer que, como por
arte de magia, tu relación con Dios mejora.
La oración ES tu
relación con Dios y, por tanto, debes preocuparte por hacerla cada vez mejor.
Se podría considerar para algunos una mortificación por lo que exige: tiempo.
Hay que renunciar a ese tiempo que le dedicaríamos a la serie, el deporte o
simplemente dormir, para poder hablar con Dios. En Mt 6, Jesús nos enseña la
oración de oraciones: el Padrenuestro. En esas frases, Cristo describe cómo ha
de ser nuestro trato con el Padre.
Por otra parte,
está el ayuno, apunta a que el fiel adquiera dominio sobre sus instintos y
libere su corazón (CIC 2043). Como dijo Jesús: “No solo de pan vive el hombre
sino también de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Aprender a dejar de
lado eso que queremos comer o tomar, para darle lugar a Dios en nuestra vida,
es otra excelente manera de vivir la cuaresma.
Por último, la limosna.
Renunciar a un bien propio para darlo a un hermano que lo necesita. Hoy en día,
la gente vive muy apegada a lo que le pertenece, a lo que tiene. Algunas
personas hasta se definen por eso que está bajo su posesión. Saber dejar de
lado todo eso para poner al prójimo por encima de las cosas materiales,
devuelve el orden natural de las cosas a nuestro interior. Ese diseño que Dios
pensó de poner a todas las cosas al servicio de los hombres, los cuales son
todos iguales ante Dios y peregrinan para llegar a Él.
Una vez que ese
orden se restaura, se hace más fácil reconciliarse con uno mismo (ya que se
aceptó la verdad de que no es más ni menos que nadie) y con Dios (objetivo de
toda alma que verdaderamente persigue la santidad).
FUENTE:HISTORIA BÍBLICA Y ESPIRITUAL