Un hecho que se
registra en el olvido, país que está quedando sin memoria que marco la institucionalidad hace 33 Años,
del flagelo de la guerra de los carteles
del Narcotráfico, fueron Quinientos kilos de dinamita amoniacal,
detonados 9 pisos más abajo, fueron apenas un estremecimiento que empujó la
silla del general Miguel Maza Márquez, director del Departamento Administrativo
de Seguridad (DAS), e hizo que el suelo se cubriera de pedazos de techo y de
vidrios de seguridad. Afuera de la oficina blindada, sin embargo, el panorama
era distinto: eran las 7:37 de la mañana del 6 de diciembre de 1989 y en el
cruce de la carrera 28 con la calle 18A de Bogotá, en el sector de Paloquemao,
acababa de ocurrir el atentado con explosivos más fuerte de la historia de
Colombia. 60 personas murieron y 500 estaban heridas. Afuera, los expedientes
de los juzgados, cuya sede era vecina del DAS, caían como una lluvia de papel
sobre la calle, donde 34 carros que pasaban por allí estaban reducidos a
esqueletos llameantes y un cráter de 4 metros de profundidad por 13 de diámetro
cerraba el escenario de un campo de guerra.
Unos segundos antes
del estallido, el espacio del agujero gigante lo ocupaba un bus de la Empresa
de Acueducto de Bogotá modelo 1986, de placas SB6765, robado una semana antes
por miembros del cartel de Medellín, quienes planearon el ataque bajo órdenes de
Pablo Escobar y de Gonzalo Rodríguez Gacha, alias “el Mexicano”. Pero el
objetivo, Maza, salió ileso de su oficina a las 7:45 y comenzó a bajar por lo
que quedaba del edificio, entre escombros y cuerpos. En el trayecto, contó
luego a la agencia Colprensa, encontró el cadáver de una de sus secretarias. A
las 8 de la mañana, el ministro de Gobierno, Carlos Lemos, envió un mensaje por
la línea directa que mantenía con el presidente, Virgilio Barco, durante su
visita oficial a Japón: “Maza está vivo”. Era el segundo atentado del que el
general se salvaba ese año. En mayo, 100 kilos de dinamita habían estallado al
paso de su carro blindado por la carrera séptima con calle 57.
Murieron siete
transeúntes. Esa vez, “Los Extraditables”, el grupo creado por Escobar para
librar la guerra contra un juzgamiento en EE. UU., habían reunido frente a la
sede del DAS cinco veces más explosivos, pero en lugar de matar a Maza solo
multiplicaron la cantidad de víctimas. Muchas seguían bajo los escombros a las
9 de la mañana, cuando Pilar Lozano, reportera de El País de España llegó al
lugar y vio la calle convertida en un purgatorio de almas en pena que
murmuraban: “No quiero mirar, no quiero ver a mi familia destrozada”. Un hombre
que pasaba por allí vio a los periodistas reunidos y les gritó: “Digan que
odiamos a los narcotraficantes”. Ese rechazo popular fue retomado por Maza
horas después, cuando dio sus declaraciones a la prensa: “Esta es una guerra
contra el pueblo colombiano”, dijo. “Hay que seguir adelante hasta despertar de
esta pesadilla”. El despertar del que hablaba tradó casi 30 años y terminó
quitándole su lugar en la historia. Ese 6 de diciembre nadie dudaba que el
general Maza era el mayor enemigo del
cartel de Medellín, pero eso cambió y queda una incertidumbre por una decisión judicial
política parcializada dictada 24 de
noviembre de 2016, cuando fue condenado por la Corte Suprema de Justicia, que
al parecer, con pruebas no convincentes ni de arraigo probatorio, en haber
colaborado -en una alianza triple entre el DAS, el narcotráfico y las
Autodefensas del Magdalena Medio- con el asesinato del precandidato liberal
Luis Carlos Galán, el 18 de agosto de 1989. Solo entonces quedó claro hasta qué
punto aquellos que ese día recibieron la bomba, desprotegidos fuera de la
oficina blindada del general, desconocían la guerra por la que morían.
FUENTE: DIRECTIVO INVESTISAN DICTÁMENES PERICIALES
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